30 nov 2006

El jardín del Convento de los Dominicos


Sé que te gusta leer en el Paseo de los Tristes de Granada, mientras escuchas, cerca, una guitarra rasgar. Sé que eres capaz de enamorarte de una mujer sentada en un banco mirando el mar. Sé lo satisfactorio que te resulta comer cuando tienes hambre. Por eso te voy a recomendar que busques el jardín del claustro del Convento de los Dominicos.


Para llegar sólo tienes que buscar la estatua equestre del Conde Duque de Olivares, réplica exacta que hizo un artista húngaro a principios del siglo XX del famoso cuadro de Velázquez. No tiene pérdida: puedes seguir a un chico con camiseta naranja que sale del Metro de Sol todos los días a la misma hora para ir a ver a su novia que vive en la misma plaza. También puedes mirar al cielo y esperar que pase una bandada de pájaros verdiazules y seguirlos. Pero esa opción es menos recomendable, porque en ocasiones la señora Narcisa les pone unas migajas de pan mojadas en leche en la ventana de la cocina y se despistan de su camino. Además no son tan puntuales como el chico de la camiseta naranja. Es un defecto que tiene los pájaros, no saben lo que son las horas.


Una vez que llegues a la estatua equestre del Conde Duque, sólo tendrás que subir la calle que señala con el dedo y torcer dos veces a la derecha. Te encontrarás justo delante de la puerta, de reja de hierro negro. Al empujar la reja entrarás directamente en el jardín. Has de tener en cuenta el día de la semana en el que vas. Es importante. Porque los jueves los pájaros verdiazules sobrevuelan el jardín buscando los frutos tropicales que ofrecen sus árboles. Hay tanta vegetación que has de tener cuidado si quieres encontrar un banco y sentarte a descansar o a leer, los caminos pueden variar y acabarás ciertamente desorientado. Los martes de invierno, sin embargo, son días propensos para ir con bufanda, porque las coníferas dan frío. Mientras paseas podrás percibir un ligero olor a madera quemada, uno de tus favoritos, sin duda. Los dominicos aprovechan los martes de invierno para hacer Lampsang con agujas de pino. Los lunes, sin embargo, Pedro, el jardinero, tiene su día de descanso y las plantas aprovechan para hacer recados, por lo que es probable que sólo te encuentres con arena, algún cactus perezoso y alguna bola de rastrojos paseando sin rumbo fijo. Los domingos es el día de la flor mediterránea, entre nosotros, es uno de mis días favoritos: geráneos, pensamientos o cualquier otra planta con flor de las que cultivaba tu abuela en la casa del pueblo. Risas de niños desprenden las raíces y el sol brilla siempre sobre la torre del campanario.


Al salir, ten cuidado, que ninguna se escape. Son traviesas.

19 nov 2006

Bajo el lago del Retiro


Si llegas a Madriz en avión, después de una hora de vuelo, desde algún lugar cercano, olvídate, no es para tí este rincón. Pero si la única opción viable, después de varios intentos por otros medios de transporte, incluida la cibertransportación, fue ese autobús de línea, que tarda más de un día en recorrer cien kilómetros porque el conductor conoce a todos los pasajeros, y los va llevando de uno a uno hasta la puerta de su casa, saluda a las familias y se toma un café con ellos, en este caso, te recomiendo que desciendas de ese autobús tan hogareño, que te dejará en Conde de Casal o la Estación Sur, hagas transbordo para coger el metro y vayas, directamente, a la estación de Retiro.


El parque del Retiro aparenta ser el tradicional parque real diocechesco, por el que se pasea los domingos por la mañana, se patina, se meten mano las parejas en primavera o se lleva los niños a que vean marionetas. Te propongo que vayas a descansar bajo las estrellas. Para ello debes encontrar la entrada, algo escondida y que no todo el mundo conoce, a las profundidades del Retiro.


Hay una puerta detrás de la escalera de inendios que hay en el edificio reflejo del Palacio de Cristal, junto al riachuelo que lleva al lago central, ya sabes, el que sale en todas las fotos. La puerta es de color blanco por lo que puede pasar desapercibida. El pomo se cayó en uno de los bombardeos que sufrió la ciudad durante la guerra. Debes llamar tres veces, contar hasta ciento cuatro, y presentarte. Entonces es posible que la puerta te la abra un gato, de los que entraron a la ciudad cunado fue conquistada a los árabes. El gato pude que se llame Martín, Emilio o Mariano, pero seguró que será negro, con los ojos rasgados, de un verde imposible, y algo viejo, aunque no deje por eso de caminar de la forma más elegante que nunca hayas visto en un gato. Es uno los requisitos para ser portero de la puerta blanca.


Todos estos detalles me los contaba mi abuela a la hora de la merienda, cuando mojaba las galletas Príncipe en la leche templada.


Detrás de la puerta, verás un corredor de cristal, con medusas, alguna fragata portuguesa quizá, sumergidas, flotando, con el techo algo bajo, dependiendo de tu estatura, claro está. Bien podrás imaginar que las personas no muy altas o los niños de ocho años no pensarán que el techo esté algo bajo. Pero si sueles jugar al baloncesto los domingos por la mañana es probable que sí lo pienses.


Tras el corredor hay dos tramos de escalera, en granate y malva en otoño y en dorado y tierra en verano. Los días de inviernos son tramos tristes de colores cambiantes y en primavera las flores cuchichean entre los peldaños. Al bajar el último escalón el aire cambia, el espacio se abre y sabrás que te encuentras justo debajo del lago. Si alzas tu mirada podrás verlo, boca abajo, en todo su esplendor. Si la bajas podrás descansar entre los brazos de la osa mayor, pues el cielo de Madriz será tu lecho después de tan largo viaje.


Descansa, niño, y no me sueñes con brujas, que no te dejo.