25 dic 2008

Al despertar

Cada mañana se levanta a la misma hora, suena el despertador, se despereza, su gato se la queda mirando y lanza un maullido exigiendo el desayuno mientras con una pata roza su rostro. Levanta la persiana y disfruta por un segundo de las vistas, la ciudad, el cielo de un azul oscuro, la plaza, el parque al fondo. Los días de sol ni siquiera necesita encender la luz del baño, aunque éste no disponga de ventana. Enciende el calentador, da de comer al gato, enciende la radio. Deja de correr un poco de agua en una palangana antes de ducharse. Primero el champú, luego el gel, suavizante, depilarse toda enjabonada. Una toalla alcuerpo, otra más pequeña a la cabeza y el gato subido a la taza del váter esperando unos mimos. Se la queda mirando, tuerce el gesto, maulla. A veces se incorpora sobre sus patas traseras buscando a la dueña. Antes de comenzar las caricias está ronroneando. Le acaricia sentada sobre la cama, elige qué vestir, o sobre el brazo del sillón mientras suena un tema interesante. Lo deja en el suelo, las toallas en sus respectivos lugares, se aplica loción corporal, desodorante, crema hidratante en la cara, se viste. Desayuna, un té con leche o leche con cereales, según la ocasión. Se cepilla los dientes, se seca el pelo, se termina de arreglar frente al espejo, escogiendo unos pendientes, un anillo, quizá un collar. Cambia le cambia el agua al animalillo y limpia el arenero. Cierra con cuidado la bolsa de basura. Antes de cerrar la puerta de la calle lo ve tumbado sobre una silla, aquella en la que esté dando el sol. Es un gato-lagarto, otras un gato-perro. Hay días que deja la radio encendida para que no note su falta. Aquel día la apagó.
En ocasiones ser soltera es como un matrimonio envenjecido.