22 ene 2007

Salir corriendo


Estamos en ese local en Chueca, tan blanco, con una gran cristalera. Es una deveteca con cafetería, no recuerdo el nombre. La barra queda a mi derecha. Estoy sentada justo en la esquina de una mesa grande. Hemos juntado varias mesas porque somos muchos. A mi izquierda está Héctor, moreno alto y desgarbado. En frente de mí está Martín, expectante. A mi derecha María, hablando con Hugo, con Ana, con Paula, con Berta, con Bob. Todos reímos. En ese momento suena el último cd de Pastora. Yo conozco las letras y las comienzo a cantar. Héctor me saca a bailar, en una pequeña esquina, donde nadie más está bailando. Yo le he presentado como un viejo amigo, aunque noto a Martín suspicaz. Nos mira. Hector se ríe de forma bastante sonora y no consigue decir nada inteligente. Está algo borracho. Mientras bailamos me agarra y me intenta besar. Le doy una sonora bofetada, con todas mis fuerzas. Y sin ninguna razón me acerco a la mesa, agarro mi bolso y hago el ademán de salir de allí. He dejado de oír la música. Oigo una voz lejana que me pregunta a dónde voy mientras me agarra de un brazo. “No lo sé”, respondo medio llorando. No se por qué me sentido incómoda siendo besada delante de Martín. No he podido buscar su mirada. Salgo corriendo, no hay mucha gente por las calles, siendo martes. Corro por el centro de la cale Fuencarral, hasta Gran Vía. Corro llorando por el centro, sobre las líneas divisorias, notando el pitido de los coches a derecha e izquierda. Me siento libre. Siento que alguien corre detrás de mí, y yo me siento libre corriendo de noche por la Gran Vía.


Me gustaría rodar esta escena

20 ene 2007

Con sombra de gato


Martín es una sombra. Sé que fue él el que habló con Rafa. Le presiento tras las esquinas e intuyo que me sigue. No es fascinación, creo que soy un objeto de estudio, de análisis. Lo más perverso de la situación es que no sé que sabe de mí, no sé las razones de su comportamiento, pero me gusta sentirme observada. Ahora me muevo de manera distinta, porque sé que puede estar observando. Esa posibilidad me motiva, me mantiene alerta.

He pensado que pueda querer matarme, Martín o su sombra. Como es lógico no le puedo contar esto a nadie, me tomarían por una paranoica. Y con la absurda ilógica de ser observada hasta el momento de mi muerte me arreglo cada mañana, para él, para su sombra, una nítida intuición tras el escaparate, en ese coche al que pitan en el semáforo. Me fascina su perversidad, me fascina que un aliento en mi nuca pueda ser suyo, pero que al darme la vuelta sólo encuentre un gato, maullando. Recorro Madriz para enseñarselo, para pasear con él. Le enseño mis lugares favoritos, tumultuosos o solitarios. A veces, incluso juego, y me meto en un callejón, de noche, poco iluminado, para darle la oportunidad. Pero es demasiado ambicioso para dejarse tentar. Estoy convencida de que su elección será la más complicada, la más costosa, la que de verdad suponga un reto. Desconozco si lo ha hecho antes, sólo sé que lo hará conmigo, estoy en sus manos y lo disfruto.

Sé que no soy la primera mujer que se enamora de su asesino. Me da un placer especial saberlo.

15 ene 2007

Espíritu malasañero


María y yo en un concierto, otra vez, saltando, riéndonos, ligeramente ebrias, de música, de alcohol, de juventud. Tocaban en la sala Heineken y, como siempre, nos pusimos en el bafle derecho, cerca de la barra, cerca del escenario. Me gustan las salas pequeñas porque tiene mejor acústica y mejor visibilidad. Evitamos ir a macroconciertos donde un montón de efectos evitan que te enteres de si alguien desafina o se pierde. En esos conciertos no se escucha nada, no se participa en nada, sólo se admira, y no soy muy dada a admirar gratuitamente a nadie. Eran jóvenes, eran indies y eran guapos. El comentario de María al comienzo de Dilema fue, se nota que llevan un tiempo tocando, los solos son mejores, han debido de tocar escalas para aburrir. Y nos reímos con esa risa de las bromas internas. Tocábamos juntas, íbamos a conciertos juntas y nos reíamos, mucho.

Esa noche hacía calor. Mayo en Madrid es un mes espléndido. No es que haya azahares por la calle, pero si que parece que los chavales se besen más, y también riñen más. La gente camina por la calle con una alegría incierta, parecen no recordar que el calor cada vez será más sofocante, parecen haber olvidado el frío del invierno. La gente suele tener memoria de pez. Así que un jueves por la noche Malasaña puede ser un hervidero de estudiantes universitarios, ignorantes, divertidos. Conseguimos una invitación para la final de FIB, y de artistas invitados, nada menos, que tocaban los Lori Meyers. Alguien me podrá decir que no tienen el mejor directo de este país. Y le daré la razón. No son los mejores, pero tienen una canciones cojonudas, que ganan cuando no tienen problemas de sonido, o de micro o no se les jode una guitarra. Los típicos problemas del directo que los músicos sabemos perdonar o criticar, dependiendo de nuestro propio mal humor. Aunque considerarme músico es mucho considerar. María es más músico, piensa la vida en canciones, la escucha, la canta, la toca con su guitarra. En mi caso, tal vez la observo, la escribo, la analizo, la vivo desde, para, por, todo, literariamente.

La sala se fue vaciando poco a poco, y allí nos quedamos las dos, con nuestras cervezas en la mano. Los demás espectadores se iban marchando a saludar a sus amigos, los concursantes, músicos y, por una noche, célebres. Supongo que fuimos de las pocas que íbamos sólo a verlos a ellos. O quizá fuimos de las pocas que aguantamos hasta tarde por escuchar algo de música. No salimos a beber, no salimos a hablar con los amigos, salimos a escuchar música, a cantar y a bailar. Pocas personas son capaces de soportarnos, intentan hablar e, invariablemente, les interrumpimos preguntando cuál es el siguiente tema, o de qué año, o de qué disco, y nos reímos cuándo la otra se adelanta, o se equivoca, volvemos a interrumpir para admirar un solo de guitarra, o de bajo o un comienzo glorioso, con un ¿te acuerdas?

A la salida ninguna de las dos preguntó a dónde ir. El Freeway estaría abierto y estaría pinchando lo de siempre: Los planetas o The Strokes, The Whitestripes o incluso Lory Meyers.
Aquella noche todo parecía perfecto.

12 ene 2007

Hasta en inglés


Después de unos días de mucho estrés laboral, me acerqué de nuevo a la librería de Rafa. Les echaba de menos, si me lo queréis creer. Me habló del nuevo libro de Auster, la gente se lo estaba empezando a pedir en inglés, lo que faltaba.
- “Les dan un premio y se ponen de moda, ¿cuántos años llevamos leyendo autores que luego premian? Y la gente se vuelve como loca, que si en inglés. En fin, dame paciencia que si no…” Me dijo nada más entrar.
- “Pues sí que me voy a relajar yo aquí. Que he venido en busca de paz”.
- “Para eso, la iglesia. Como decía mi abuelo”.
- “¿Pero tanto te irrita? Seguro que Penguin lo distribuye en bolsillo. No te va a dar tanto trabajo.”
- Lo sé. Lo que me jode es que encima el mocoso era encantador, tan educado, con un tono de voz agradable, suave, no decía una palabra más alta que la otra. Así que tengo que pensar que sí se lo va a leer en inglés porque habrá estudiado en un colegio caro, bilingüe y toda la chicha. A mí lo que me gusta de los snobs es meterme con ellos. Éste no parecía snob.”
- “Pues mejor, ¿no? Así te habrás ganado un cliente, que lo necesitas.”
- “Estuvimos hablando un buen rato. Un tío culto, además. No de los que te ponen las llaves del coche y el móvil encima del mostrador para fardar. Me contó sobre libros, traducciones que había encontrado en librerías de viejo en Budapest y Praga de autores que sólo conoce mi padre, y me sorprendió con que él conoce una salida al mar en Madriz, que se la enseñó su abuelo, pero no me dijo nada más. Algo enigmático, justo en ese momento le sonó el móvil y se tuvo que marchar. Me quedé con las ganas de preguntarle para contártelo y que lo pongas en esa guía tuya que estás elaborando.”
- “No hay una salida directa al mar. Te vaciló. Como un novato, Rafa, por dios.”
- “Lo que tú digas. Supongo que ya la conocerías, pero has de admitir que a lo mejor no eres la que más sabes de esta ciudad y que puede haber algún sitio, en Madriz hay muchos, que no conozcas.”
- “Para eso tengo mis trucos. Me conozco Madriz perfectamente. Y ese tipo te vaciló.”
- “Lo que tú digas. No voy a discutir. Si algún día os cruzáis que te lo cuente él. Si no, ya me enteraré, que me he quedado con las ganas. Pero a lo mejor no te lo digo. Por joder, que ya sabes cómo soy.”
- “De rencoroso.”

La tarde caía sobre Madriz, tal día como hoy, y las horas nos dejaban ir hacia ningún lugar, allí, en la librería de Rafa.