31 jul 2007

Un polvo realmente soso

Mis vecinos se han puesto a follar en la ventana. No en el salón y que les viera a través de la ventana. No. Sobre la ventana. Ha sido realmente extraño. Porque, además, en ese preciso momento me ha sonado el móvil, con esa curiosa manía que tengo de andar con él para que realmente sea móvil. Así que me he caminado sin saber lo que me esperaba, asomado un segundo, lo justo para ver cómo el maromo subía la falda de una chica impertérrita, daba un empujón, se metía empezaba a follársela. Me he quedado hipnotizada, claro, como en una película pendiente de ver cómo transcurría la situación. La chica era fría como el hielo, o él la tenía muy pequeña, porque no ha dicho ni esta boca es mía ni sí, Pepe, sí. Ahí ha seguido, observando el tráfico, el atasco, a la gente pasar. Él ha terminado en silencio y se ha ido, sin sonreír, sin la típica cachetada en el culo. Creo que ha sido el polvo más soso que he visto en mi vida. No es que haya visto muchos en directo. Creo que a parte de los míos no había visto uno desde tan cerca. Ahora me extraña menos que las parejas acaben en divorcio. Qué raro están siendo estos días en Madriz.

30 jul 2007

Pellizcos de verano

Las mañanas son todo un ritual en el verano de Madriz. Al sonar el despertador enciendo la radio, Música es tres, antes de meterme a la ducha. Dejo correr el agua sobre mi cuerpo, el sol ya luce alto, la música suena alegre, mi gato maúlla exigiendo mimos mañaneros. Me visto con cualquier cosa, unos vaqueros, una camiseta, unaas sandalias, algo fresquito. Bajo a desayunar a la cafetería de Almu, una mujer de mediana edad, casada y con dos hijos, universitarios y algo despendolados, como todos. Me prepara un zumo de naranja natural y un par de tostadas con mantequilla y mermelada de fresa, aprovecho a leer el periódico y a comentar las noticias con René, que ya se ha aficionado a bajar antes para desayunar allí, conmigo o con algún que otro vecino: hoy la polémica sobre el aborto en clínicas privadas, que si no es que haya objeción de conciencia sino mucho morro y que si los matrimonios gays fueran tan rentables también habría mucho concejal objetor, que si el médico que objeta por la mañana cobra el aborto por la tarde, en fin, las opiniones más dispares pero todas parecidas en los asiduos lectores de El País y contertulianos en el local. La charla puede dar para mucho o no, pero a las diez menos cinco cruzo la acera para abrir la librería, este verano que Rafa se ha tomado como de luna de miel evitando así que caiga en una crisis existencial ante la impotencia de escribir durante el día que me provoca el calor veraniego y mi naturaleza noctámbula.

Abro el cierre con un tremendo ruido, que el barrio se entere de que abro la librería ya, luego la alarma, las luces, la caja, la escoba y barro un poco, no sé para qué, por aquello de hacer algo y disimular porque luego los libros están tan llenos de polvo que no hay manera de limpiar nada. Todas las mañanas tiro algún montón de libros con la escoba, lo que me da la oportunidad de redescubrir alguna joya olvidad en las estanterías. Hoy he rescatado No pienses en un elefante de Lakoff. Cuando salió de novedad lo usamos para la tertulia. Esta mañana lo retomo asombrada de lo evidente que parece lo que expone y sin embargo tan complicado de llevar a la práctica: un cambio de marco supone un cambio social. Cuando vuelva Berta de Bolivia le tengo que recomendar el libro, que no se me olvide.

En la librería pongo cds que Rafa guarda en la trastienda, clásicos del jazz, clásicos de la electrónica, algún que otro cantante folk, algo de bossa, de lo más variado en su extensa colección de cinco mil cds que guarda entre su casa y su librería. Suena el Kinds of Blue al entrar Héctor, mi lector asiduo de siete años. Le suelo comprar unos panecillos en la panadería de la calle Santa Brígida la salir de casa para que no se me muera de hambre mientras lee, que le noto muy delgado y un día de estos se presenta su madre a matarme por pervertir a su hijo con tanto libro. Sospecho que en breve va a desarrollar el maldito mal de Montano, quizá incluso de forma más aguda que su incipiente miopía. Me ve con Lakoff y le explico lo que son los marcos semánticos. El me cuenta que anoche trasteó en las cosas de su padre y consiguió crear una cámara de infrarrojos sumergiendo no sé que placa en no sé que ácido y creando una conexión con la placa base de su ordenador. Por dios, si tiene siete años, lo que hace no tener hermanos pequeños a los que pegar. No me ha dejado claro es para qué quiere una cámara de infrarrojos, supongo que la diversión es el proceso no la utilidad. Por lo mismo le propongo una partida de Go. Como era de esperar me gana, aunque ha sido duro por ambas partes. Creo que le he dejado de vender un par de libros a Rafa pero en realidad no soy completamente consciente de eso. Ante la duda decido comprarle un par de ejemplares de El curioso incidente del perro a medianoche para regalar en Navidades, por si acaso.
Noto que Héctor me mira alejarme por la calle, me grita que le espere y a punto de ponerse a llorar me dice que se tiene que ir de vacaciones con sus padres, que me va a echar de menos y que si se puede llevar algo para leer durante el verano. Vuelvo a abrir la librería y elijo unos cuantos títulos que podrían ser apropiados para comenzar a desarrollar un gusto asequible a la lectura, aunque no estoy seguro de que el Ministerio lo considere apropiado para niños de su edad:

1984, de Orwell
La conjura de los necios, de Toole
Olvidado Rey Gudú, de Matute
El rey pasmado, de Torrente Ballester
El hombre de los dados, de Rhinehardt
El mundo según Garp, de Irvin
La odiseoa, de Homero
Un tranvía en Sp, de Unai Elorriaga
El curioso incidente del perro a medianoche, de Haddon (uno de los que he comprado a Rafa, claro)
El cazador de autógrafos, de Zaddie Smith
Seda, de Baricco
El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux
El asesinato de Rogelio Ackroid, de Christie
Los tres mosqueteros, de Dumas
Dinero, de Martin Amis

Quince libros para un mes… espero que sean suficientes para este devorador compulsivo. Se despidió con un fuerte abrazo y una enorme sonrisa. Menos mal que la memoria de los niños dura tres segundos.

21 jul 2007

Porque hoy es lunes


Rafa se ha ido de vacaciones unos días con su novia argentina. He acordado quedarme en la librería estos días, que con el calor tampoco escribo hasta que no cae el sol, así que nos hacemos un favor mutuo. Porque los días pueden ser muy largos sin una piscina a mano en Madriz. Y lo bueno y lo malo de estar de cara al público en una ciudad como esta es que no para de ocurrir cosas extrañas, sorprendentes, o quizá sea mi mal de Montano, que me hace literaturizarlo todo.


Lunes por la mañana, quién se iba a imaginar que nadie va a tener ganas de entrar en una librería tan temprano. Abro, tranquilamente, enciendo las luces, desconecto la alarma, enciendo el aire acondicionado, hago una arqueo de caja, entra un niño de siete años. “Buenos días”, me dice. “Buenos días”, le respondo. Camina lentamente ojeando atentamente los libros, las contraportadas, investiga entre los ejemplares que Rafa amontona por el suelo sin orden ni concierto. Pienso si no será un enano en vez de un niño, pero no parece haber duda, sus mejillas sonrosadas, su cara sin arrugas, su agilidad. Elige Cien años de Soledad, lo que me sorprende, imaginaos cómo. Me acerco y le pregunto si no prefiere algo de la estantería del fondo, le digo con respeto señalando la sección que más se puede acercar a lo que un niño podría degustar, comics. Y me contesta que no, que le gusta Márquez porque cuenta historias como su abuela. Y no sé si refiere a la de Márquez o la de él mismo. Su respuesta es contundente y no me deja otra opción que dejarle leer, como si fuera una biblioteca, en silencio, mientras ordeno un poco y atiendo los pocos asiduos que me visitan a lo largo de la mañana.


Su mirada de inteligencia al salir conmigo me confirmó que mereció la pena.

7 jul 2007

Discusión

Delante de mí esa mirada fría, inmóvil, distante. Me miras y no me ves, no es que no me escuches, es que andas ausente. No es que no te importe lo que te digo, mis razones, mis reflexiones, que no, que las cosas no son como las ves, tu opinión no es la única, hay otras, está la mía, que no es ni mejor ni peor, pero que deberías tener en consideración. Por respeto, por humildad. Pero eres tan egoísta que ni siquiera eres capaz de rebatirme con argumentos válidos, sólo entiendes mis razones cuando me altero, grito y doy un portazo. Es entonces cuando te das cuenta de que si me altero, yo, que soy la paciencia personificada, que soy capaz de perdonártelo todo, que aguanto lo que sea, porque te quiero, te comprendo y te respeto, es entonces, y no a lo largo de mis razonamientos calmados, es ahora, cuando no paras de mirarme fijamente, como asombrado, expectante. ¿Y no te da pena que tenga que ser así? ¿No te molesta no poder hablar, discutir, sin acaloramientos, sin tener que mencionar mis cambios hormonales? Reconozcámoslo, de las chicas con las que has estado en tu vida soy la que menos problemas te he dado, la más cariñosa, la más lógica. Pero no haces caso de mi lógica, no me escuchas, consigues sacarme de quicio, sin saber cómo. Entonces pasa lo que pasa, que no controlo mi pasión, eso que te gusta tanto de mí, que me convierte en una mujer caliente, creativa y desbordada. Espero que las manchas salgan bien del gres. Y deja de mirarme así.

6 jul 2007

Nuevos tiempos

Cuando llegué al pueblo ya era de noche. Todos parecían refugiarse en sus casas del frío y el viento. No es que hubiese una gran tormenta, pero la humedad tan cerca del mar consigue que la sensación de frío sea mucho mayor. Además ese domingo debía de jugar el Madrid, o el Barça, ni siquiera los chavales correteaban por las calles. Fue mi primer contacto con ese pueblo, tan mediterráneo, tan blanco y tan lento. Caminé por sus calles pensativa, imaginándome cómo sería vivir allí, cómo asumiría la soledad y qué partido le podría sacar. Subí sus cuestas, una calle empedrada, multitud de escaleras, varias tiendas de artesanía a los lados y un par de motos mal aparcadas. Una gran casa recubierta de geranios, cómo le hubiese gustado a mi abuela, pensé, y sí aquí podría llegar a vivir, sin saber cómo será mi destino, ni mi futuro, pero huyendo de ese pasado gris que nos atormenta a todos. Paré en la puerta de una casa típica de pueblo, rústica la llaman, y en una de sus ventanas apareció un precioso gato negro. Cuando le acaricié su pelo me pareció el de las cerdas de una escoba, de tan duro y tan seco. Me miró atentamente, con sus ojos amarillo-luna. Me miró y maulló, con dulzura. No sé que quería decirme, si era un sí o un no, pero decidí que viviría en esa casa una temporada.

4 jul 2007

Miradas

Asomarse a la terraza en verano, leer mientras observas los tejados de la ciudad, la vida de tus vecinos, que a parecen de repente tras las cortinas y los visillos, se les oye, se les nota vivir, ¿dónde se meterán durante el invierno? Asomarse y ver a la pareja que vive enfrente, por una vez han corrido las cortinas y están ventilando la casa, él de pie, fumando, en calzoncillos, muerto de calor, lánguido, deja caer el brazo como si le pesase y se lo lleva con pereza a la boca; ella sentada, abrazándose las rodillas, mirándome, me ruborizo, no debería haber mirado tan fijamente, se apoya en la puerta y algo murmura. Me pregunto por qué están ahí y por qué tanto silencio, por qué no estarán escuchando algún nocturno de Chopin o algo de Buena Vista Social Club, estéticamente perfecto para ese momento. Me pregunto si habrán hecho el amor o habrán discutido. Me pregunto qué miran, qué ven por encima de mi cabeza. Desde mi terraza se ve Malasaña, dos patios, tres calles, un poco más allá adivino San Bernardo. Ellos, probablemente vean un poco más de lo mismo, quizá alcancen la plaza, alguna plaza. Pero me sorprende, me inquieta, su silencio, por qué no hablan, por qué no hay música. Es más, aunque hayan hecho el amor, aunque hayan discutido, cómo pueden hacerlo sin música. Y más en Malasaña.