30 jul 2007

Pellizcos de verano

Las mañanas son todo un ritual en el verano de Madriz. Al sonar el despertador enciendo la radio, Música es tres, antes de meterme a la ducha. Dejo correr el agua sobre mi cuerpo, el sol ya luce alto, la música suena alegre, mi gato maúlla exigiendo mimos mañaneros. Me visto con cualquier cosa, unos vaqueros, una camiseta, unaas sandalias, algo fresquito. Bajo a desayunar a la cafetería de Almu, una mujer de mediana edad, casada y con dos hijos, universitarios y algo despendolados, como todos. Me prepara un zumo de naranja natural y un par de tostadas con mantequilla y mermelada de fresa, aprovecho a leer el periódico y a comentar las noticias con René, que ya se ha aficionado a bajar antes para desayunar allí, conmigo o con algún que otro vecino: hoy la polémica sobre el aborto en clínicas privadas, que si no es que haya objeción de conciencia sino mucho morro y que si los matrimonios gays fueran tan rentables también habría mucho concejal objetor, que si el médico que objeta por la mañana cobra el aborto por la tarde, en fin, las opiniones más dispares pero todas parecidas en los asiduos lectores de El País y contertulianos en el local. La charla puede dar para mucho o no, pero a las diez menos cinco cruzo la acera para abrir la librería, este verano que Rafa se ha tomado como de luna de miel evitando así que caiga en una crisis existencial ante la impotencia de escribir durante el día que me provoca el calor veraniego y mi naturaleza noctámbula.

Abro el cierre con un tremendo ruido, que el barrio se entere de que abro la librería ya, luego la alarma, las luces, la caja, la escoba y barro un poco, no sé para qué, por aquello de hacer algo y disimular porque luego los libros están tan llenos de polvo que no hay manera de limpiar nada. Todas las mañanas tiro algún montón de libros con la escoba, lo que me da la oportunidad de redescubrir alguna joya olvidad en las estanterías. Hoy he rescatado No pienses en un elefante de Lakoff. Cuando salió de novedad lo usamos para la tertulia. Esta mañana lo retomo asombrada de lo evidente que parece lo que expone y sin embargo tan complicado de llevar a la práctica: un cambio de marco supone un cambio social. Cuando vuelva Berta de Bolivia le tengo que recomendar el libro, que no se me olvide.

En la librería pongo cds que Rafa guarda en la trastienda, clásicos del jazz, clásicos de la electrónica, algún que otro cantante folk, algo de bossa, de lo más variado en su extensa colección de cinco mil cds que guarda entre su casa y su librería. Suena el Kinds of Blue al entrar Héctor, mi lector asiduo de siete años. Le suelo comprar unos panecillos en la panadería de la calle Santa Brígida la salir de casa para que no se me muera de hambre mientras lee, que le noto muy delgado y un día de estos se presenta su madre a matarme por pervertir a su hijo con tanto libro. Sospecho que en breve va a desarrollar el maldito mal de Montano, quizá incluso de forma más aguda que su incipiente miopía. Me ve con Lakoff y le explico lo que son los marcos semánticos. El me cuenta que anoche trasteó en las cosas de su padre y consiguió crear una cámara de infrarrojos sumergiendo no sé que placa en no sé que ácido y creando una conexión con la placa base de su ordenador. Por dios, si tiene siete años, lo que hace no tener hermanos pequeños a los que pegar. No me ha dejado claro es para qué quiere una cámara de infrarrojos, supongo que la diversión es el proceso no la utilidad. Por lo mismo le propongo una partida de Go. Como era de esperar me gana, aunque ha sido duro por ambas partes. Creo que le he dejado de vender un par de libros a Rafa pero en realidad no soy completamente consciente de eso. Ante la duda decido comprarle un par de ejemplares de El curioso incidente del perro a medianoche para regalar en Navidades, por si acaso.
Noto que Héctor me mira alejarme por la calle, me grita que le espere y a punto de ponerse a llorar me dice que se tiene que ir de vacaciones con sus padres, que me va a echar de menos y que si se puede llevar algo para leer durante el verano. Vuelvo a abrir la librería y elijo unos cuantos títulos que podrían ser apropiados para comenzar a desarrollar un gusto asequible a la lectura, aunque no estoy seguro de que el Ministerio lo considere apropiado para niños de su edad:

1984, de Orwell
La conjura de los necios, de Toole
Olvidado Rey Gudú, de Matute
El rey pasmado, de Torrente Ballester
El hombre de los dados, de Rhinehardt
El mundo según Garp, de Irvin
La odiseoa, de Homero
Un tranvía en Sp, de Unai Elorriaga
El curioso incidente del perro a medianoche, de Haddon (uno de los que he comprado a Rafa, claro)
El cazador de autógrafos, de Zaddie Smith
Seda, de Baricco
El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux
El asesinato de Rogelio Ackroid, de Christie
Los tres mosqueteros, de Dumas
Dinero, de Martin Amis

Quince libros para un mes… espero que sean suficientes para este devorador compulsivo. Se despidió con un fuerte abrazo y una enorme sonrisa. Menos mal que la memoria de los niños dura tres segundos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pufff cuanto libro!!!! :( me agobio de solo verlo, permiteme que me quede con el desayuno, que lleva un zumo de naranja natural que tanto me gusta que hagas :)

besipss