
En ocasiones escapo de Madriz intentando escapar de mí misma. Todo el mundo me asegura que siempre se viaja con las maletas llenas. Pero como sufro, inevitablemente, el Mal de Montano, viajo con libros, con recuerdos de otros que me pesan menos y aprendo a pasar página con cada vuelo, en cada aeropuerto, en cada taxi de regreso. En ocasiones me escapo de otra forma, no sólo leyendo, sino escribiendo e imaginándome más fuerte, más segura y más decidida, con esa sensación, de tan extraña e imprevista tan curiosa, de caminar taconeando como si la calle fuese tuya, con la barbilla bien alta y una mirada fulminante que nadie se atreve a mantener. De manera inmediata sufro una transformación borgiana y soy la otra, no un como, un soy. Me veo distinta ante el espejo, tal y como me he descrito que debía ser y vivo esa conversación furiosa en la que no pierdo los papeles y tengo razón.
Y es entonces cuando puedo volver a pisar mis calles, y me reconocen, siendo la otra y la misma de siempre, huyendo y volviendo, incesantemente, sobre mis pasos hacia ningún lugar, buscando, quizá ese al que pertenezco y todavía no lo sé, ese donde espero morir. No hay mayor soledad que morir en el sitio inadecuado.
Hoy regreso a Madriz, a mis miedos y a mis recuerdos. Esta noche me arroparán mis fantasmas con alegría pasmada.
Y es entonces cuando puedo volver a pisar mis calles, y me reconocen, siendo la otra y la misma de siempre, huyendo y volviendo, incesantemente, sobre mis pasos hacia ningún lugar, buscando, quizá ese al que pertenezco y todavía no lo sé, ese donde espero morir. No hay mayor soledad que morir en el sitio inadecuado.
Hoy regreso a Madriz, a mis miedos y a mis recuerdos. Esta noche me arroparán mis fantasmas con alegría pasmada.