
He salido del cine y parece que he llorado las calles. He caminado desde la Plaza de España, por Leganitos y seguían las mismas tiendas que he visitado mil veces, la tienda de guitarras donde Alberto me compró mi pedal de distorsión y más arriba, la mejor tienda de rock de Madriz. Desde la Plaza de Santo Domingo he bajado por la calle de las tabernas, la Costanilla de los Ángeles, si no recuerdo mal, todas cerradas, hoy lunes, la tienda de compra-venta de discos seguía abierta, y El Rincón de Momo, donde Ópera Prima siempre tiene algunos libros en depósito.
Arenal estaba muy cambiada, ya sin obras y medio calle peatonal, más transitada, más tranquila, más hermosa. He subido por Bordadores, dejando Ginés a mi izquierda, para ir hasta Méndez, a cotillear algún libro. Lástima que también estuviera cerrada. Probablemente es la única librería de Madriz, junto con la de Rafa, que merezca la pena y que no haya visitado con Martín. La segunda opción, no por ello peor, ha sido la Librería de Mujeres, según pasas Marqués de Pontejos, detrás de la Plaza Mayor. Estaba abierta y tan solitaria que no he visto a la dueña detrás del mostrador, como siempre. Estaba tan vacía que los libros parecían susurrar a su gusto. Hanna Arendt y Zambrano, proagonistas, como siempre, de todo el alboroto, entre susurros, para no despertar a los cuentos para niños que se amontonan en la mesa de novedades del fondo.
Por la calle de la Bolsa hasta la Plaza de Benavente, siguiendo el hilo de agua de esa lluvia que no sé cuándo ha caído, si mientras estaba en el cine o mientras te recordaba entre las calles. La tienda pop también sigue abierta, tan luminosa y llena de objetos, como un cajón de sastre, tan pintoresca y tan genial. El España Cañí también se encontraba vacío. Unos alemanes se reían en la plaza de manera bastante sonora. No recordaba que los alemanes fueran tan ruidosos. Parecían británicos. El Café Central, sin embargo estaba a tope, ruidoso, lleno de parejas, con humo, qué raro un lunes. El Populart, semivacío, gozaba de la tranquilidad previa al concierto: el dueño limpiando vasos, el músico afinando, yo tomando un té y leyendo a Vila-Matas.
Decido pasar por la Filmoteca a la salida. Este mes hay un ciclo de cine coreano pero no sé si podré hacer una escapada. Bajo a Lavapiés por Ave María y la melancolía y la nostalgia gotean las paredes. ¿Ana y Yesi seguirán viviendo en el mismo piso? Cómo ha cambiado todo desde agosto. No sólo nosotros. Lavapiés está triste y solitario, falto de los testigos que nos observaron abrazarnos en esta misma esquina, después de repetirme por enésima vez que tenías el trabajo perfecto, ibas a tener la casa perfecta, ya la tienes, y tenías a la chica que querías. Me abrazase desde abajo, obligándome a corresponderte echando mis manos a tu cuello. Qué cálido, qué feliz, qué hermoso estabas. Y desde la plaza, donde siguen los mismos borrachos en los mismos bancos, hasta la Libre de Lavapiés, con Herbata cerrado, te he imaginado, te he recordado, cada uno de tus gestos, con los labios, cada una de tus expresiones, tus ademanes con las manos cuando me explicabas, tan exacto, la conjetura de Goldbach. Y en la Libre no estaba esa chica que te miraba tanto, he comprado dos libros, y tenían una biografía de Fieman. Qué ganas he tenido de llamarte. ¿Y para qué? Doy media vuelta y busco la sombra de Martín que yo no me sigue, porque ya no hace falta matarme. Escucho a Espers y pienso que le puede gustar este tipo de música, pero no me quiero parecer a la otra, que no le dejaba seguir su vida.
Sigue tu vida, sin mí, que soy sólo una sombra del verano, como esta lluvia que recorre las calles y que no sé cuando ha caído.