Me he pasado el día nerviosa, pensando en cómo enseñar mi Madriz a Jordi. Ha estado un año del trabajo a casa y de casa al trabajo, y sus fines de semana, sus puentes, sus fiestas, yendo al pueblo a ver a su familia. Ahora que estamos juntos quiere que le enseñe la ciudad que amo. Programo cada minuto que vamos a pasar juntos sabiendo que luego cualquier parecido con la realidad será mera coincidencia. Asumir eso ya me parece un logro. Es como superar parte de la neurótica que llevamos dentro. No enfadarse porque lo planeado se interrumpe, no enfadarse porque parece que todo el trabajo elaborado se va al traste por la opinión de otra persona, como si cambiar de opinión en el último momento supusiese una traición, en un confuso ataque de celos sin fundamento.
Iremos a ver la ampliación del Prado una mañana, y es una pena que no nos podamos colar de noche esta vez para que el fantasma de mi amigo Eusebio le enseñe el museo como es debido. El caso es que hace mucho que no hablo con él, y seguro que con el jaleo de las obras y de la inauguración se habrá escondido en algún recoveco del sótano. Había pensado en mandar a mi gato para que le buscase y le pidiese el favor, pero Hamlet, mi gato, se vuelve perezoso con la llegada del frío y no hay manera de hacerle salir de casa. El caso es que Eusebio se lleva muy bien con él y es bastante huraño para pedirle una visita privada, porque si nos pillan se le cae el pelo. A mí me parecía una idea romántica, lo de poder visitar el museo de noche, quizá un poco de película, por eso también me da corte, no me gusta parecer tan ñoña como debo de ser en realidad. Así que decido dejar en paz a Eu y hacerle un guiño cunado vea Las Meninas, tal y como a él le gusta, una pequeña alusión, en claro homenaje a su persona, aquel individuo que salvo el cuadro de un robo a principio de siglo, lo que le costó la vida y que, tristemente, relacionaron con los ladrones y con un posible ajuste de cuentas en vez de con la verdad, que, igual que los ladrones, él conocía la forma de colarse de noche y que le gustaba pasear por sus salas él sólo, sin aglomeraciones ni turistas japoneses. No hubo manera de demostrar que no estaba allí como cómplice, el sistema judicial a principio de siglo era algo caótico.
Pasearemos por el Madriz de los Austrias, escucharemos jazz en el Populart, quizá una noche de cuentacuentos en Libertad 8, después de una cena en La panza es lo primero. Una vuelta por el Retiro para acabar visitando la escalinata de la Biblioteca Naciona, sus jardines. Miraremos bajos en el Leturiaga de Callao y después tomaremos algo en algún café de la Calle Ruiz. Una cena en el sushi bar de Gran Vía y una copa en la Sala el Sol, o en el Fotomatón, con todos, aunque eso sea lo menos novedoso, porque al final e slo que siempre hacemos los viernes. Un concierto en Plaza de España, de Gogol Bordello, por ejemplo, y una comida en el Rodicio de Sainz de Baranda. Le llevaré a alguna librería de viejo, la Baroja en Fuencarral o una de novedades, La Central en el Reina Sofía. El domingo la obligada visita a El Rastro y el consiguiente aperitivo en La latina.
Madriz es tan bonito en otoño…
1 comentario:
mira que hay cosas en mandril!
alguna ya la conozco... me lo enseñaste tu.
no dudes de ser una buena guia madrileña!
mususs
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