Esta mañana amanecí con el pelo revuelto, como cada mañana. Me costó levantarme cinco minutos de remolonear entre las sábanas, echar a mi gato, que me hacía cosquillas en la cara con sus bigotes, y aclimatarme al frío de la habitación, ese espacio infinito que hay más allá del calor de las sábanas en invierno. Analicé detenidamente las ojeras de mi cara, como si al mirarlas fijamente fueran a desaparecer. Escuché el pitido de la tetera y a Jordi gritando "¡El tren!", como tiene por costumbre. Le hace gracia asustar a mi gato, creo. Me acerco a él, que ya tiene las tostadas preparadas, y pienso que ese pequeño reducto de cotidianidad podría ser la felicidad. Le abrazo con fuerza y no pienso en el pequeño bulto que me ha salido en un pecho. Disfruto de ese abrazo como si fuera el último. Por si acaso.
5 ene 2008
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1 comentario:
luego dices que me preocupo!!!
besosss
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