
Estamos en ese local en Chueca, tan blanco, con una gran cristalera. Es una deveteca con cafetería, no recuerdo el nombre. La barra queda a mi derecha. Estoy sentada justo en la esquina de una mesa grande. Hemos juntado varias mesas porque somos muchos. A mi izquierda está Héctor, moreno alto y desgarbado. En frente de mí está Martín, expectante. A mi derecha María, hablando con Hugo, con Ana, con Paula, con Berta, con Bob. Todos reímos. En ese momento suena el último cd de Pastora. Yo conozco las letras y las comienzo a cantar. Héctor me saca a bailar, en una pequeña esquina, donde nadie más está bailando. Yo le he presentado como un viejo amigo, aunque noto a Martín suspicaz. Nos mira. Hector se ríe de forma bastante sonora y no consigue decir nada inteligente. Está algo borracho. Mientras bailamos me agarra y me intenta besar. Le doy una sonora bofetada, con todas mis fuerzas. Y sin ninguna razón me acerco a la mesa, agarro mi bolso y hago el ademán de salir de allí. He dejado de oír la música. Oigo una voz lejana que me pregunta a dónde voy mientras me agarra de un brazo. “No lo sé”, respondo medio llorando. No se por qué me sentido incómoda siendo besada delante de Martín. No he podido buscar su mirada. Salgo corriendo, no hay mucha gente por las calles, siendo martes. Corro por el centro de la cale Fuencarral, hasta Gran Vía. Corro llorando por el centro, sobre las líneas divisorias, notando el pitido de los coches a derecha e izquierda. Me siento libre. Siento que alguien corre detrás de mí, y yo me siento libre corriendo de noche por la Gran Vía.
Me gustaría rodar esta escena