
Rafa ha vuelto de vacaciones. Está más moreno y más gordo. Sus mejillas están sonrojadas por primera vez en su vida. Definitivamente le está sentando bien estar enamorado. Es la primera vez que le veo así, y eso que le conozco desde hace años. Le he visto con muchas mujeres, eso sí. Una vez estuvo con una católica practicante y todos nos preguntamos cómo aguantó sin follar tanto tiempo. Tampoco sé porqué ella cambió de opinión pero sí el motivo de la ruptura: era la tía más sosa que he conocido en la vida, un poco simple, y el centro de todos nuestros cometarios más sarcásticos. En realidad creo que podemos ser insoportables, vistos desde fuera, claro. Una pandilla de sabelotodos (pregunta de Trivial: ¿cuál fue la primera película en la que se vio salir sangre después de un impacto de bala?), una pandilla de freaks (nos juntamos para jugar al Go y discutir sobre la última novela de Palhaniuk), vamos a conciertos de grupos que no se escuchan en la radio y de alguno que ni siquiera ha editado un disco, leemos los periódicos al revés, pero adornamos nuestras casas con flores, velas, inciensos japoneses, tomamos té para desayunar y poseemos por lo menos un animal de compañía para adornar la soledad de nuestras vidas. Parecemos personajes de ficción de tan raros.
Me mira asombrado mis ojeras, de no poder dormir, de quererme escapar de nuevo. Me iré a recorrer España con un mapa de carreteras, sin rumbo, y con el portátil para ir narrándolo. Quiero hacer una bitácora de viajes. Rafa se mete conmigo y me insta a que acabe la novela. Le termino preguntando qué le da su argentina para hacerlo tan feliz: “he encontrado por fin una persona con quien compartir momentos”, me contesta.
Y sigo pensando que no entiendo nada.