
Prepararse para la caza es todo un ritual. Como en las tribus no sólo es conseguir la presa, sino prepararse para cazar la mejor, la más tierna. Así que fui a la peluquería y me arreglé el pelo y me depilé. Ahora mi flequillo permite que se me vean los ojos y mi cuerpo está suave como la seda. Todo él.
Me ducho con el agua muy caliente y me enjabono con mi gel más suave, el que mejor huele, veo escurrir la espuma por mis piernas y compruebo que, efectivamente, están suaves. Como es probable que me ponga falda elijo una loción corporal con brillo, para que se refleje la luz sobre mis muslos. También me aplico aloe vera en las zonas más delicadas no sólo para mantener la suavidad sino para evitar que me salgan granitos. Aún desnuda me maquillo, primero la base, luego las pestañas, de negro, la raya en el ojo, sólo la mitad, en gris oscuro, colorete, sombras, pintalabios, polvos mate. Me miro ante el espejo de cuerpo entero. Esta noche estrenaré mi vestido negro que deja la espalda al aire. Cena en el Thai Gardens, copa en el Vanila. Esta noche soy una pija que caza. Jordi no va a tener escapatoria. Le tengo ganas desde que le vi por primera vez apoyado en la puerta de mi casa, como una aparición. Y me contuve. Y he aguantado toda la semana, viéndole en la librería de Rafa por las mañanas y viéndole marchar a trabajar después de comer, semiasomada a las cortinas para que no me vea, aunque creo que me intuye. Ya ayer me dijo de ir a cenar juntos, hacer algo especial. Y ya sabemos los dos qué significa. Tarde o temprano caerá, es inevitable.
Es la cazadora que llevo dentro. Es imposible verme como a una hermana. Lo sé. Y ellos también.