
La librería de Rafa fue durante el día de ayer un hormiguero. No paraba de entrar gente, que le saludaba cordialmente y que a mí no me sonaban de nada, como si Rafa llevara varias vidas dentro de su trabajo. Y yo que pensaba que conocía a todos sus clientes. Pero nada más lejos de la realidad. Pasó por allí un viejo amigo, este sé que es del grupo, Juan Arr., camarero del Café Comercial, actor en paro y buen jugador de ajedrez. Estuvimos durante años, hasta que mudé y conocí a Rafa, yendo al Comerial los domingos por la tarde a hablar de literatura y leernos cuentos de Marías y poemas de Luis Alberto de Cuenca, de Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Luis Mateo Diez, Fonollosa, Benítez Reyes, Luisa Castro, Ricardo Piglia, Arturo Pérez-Reverte, Shara Kane... o nuestros. Dos domingos después de nuestro primer encuentro ya decidía por nosotros lo que debíamos tomar: a Joaquín le traía un café bombón cuando le veía tranquilo, si no un té de frutas del bosque; a Beatriz un cortado, un té con limón o un refresco sin gas, según las ojeras; a mí un té, con o sin limón según se acordase, a Al un scotch, siempre fue un gentleman, tan inglés él, aunque su origen irlandés se confunda con ese horrible acento del sur de Estados Unidos. Siempre le pillábamos en su descanso, preparando una partida, aunque con ese lado sobreactuado que tenía no sé hasta que punto era una pose y nada era real, ni que supiese jugar al ajedrez, ni que fuera su pausa de después de la comida, n i que se llamase Juan, ni que tuviese tan sólo treinta años. Entonces me parecía tan mayor... el más joven de todos los camareros de Comercial, tan atractivo que nunca fui capaz de decirle nada. Supongo que no se acuerda de mí, como siempre esa sombra que lo oraniza todo. Hoy le echo de menos y le busco con la mirada para invitarle a nuestra nueva tertulia en la librería de Rafa. Creo que él se sentiría a gusto con nosotros, de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario