
Me resulta asombroso, la forma en que la gente entra y sale de tu vida. Quien era absolutamente indispensable hace unos meses, hoy, sólo es una sombra en un recuerdo, desdibujándose. Ayer encontré el nombre de un antiguo compañero del colegio en la wikipedia, de los que fueron imprescindibles para respirar. Ayer sonó el timbre de mi puerta y apareció un amigo nuevo, con quien empiezo a hacer planes para ir al concierto de Pearl Jam en Madrid.
Hoy lo comentaba con Rafa en la librería y me miraba como si me viera por primera vez. “Demasiada literatura”, me ha dicho. Pero esta vez no le he dado la razón. Que la vida sea literaria no deja de ser anecdótico. Yo no tengo la culpa de que llame a mi puerta un vecino con mis mismos gustos musicales y nos quedemos hablando hasta las tantas. Y no sé hasta qué punto literaturizo cuando describo sus enormes ojos negros y el grosor de sus labios, que tantas ganas tengo de besar. Y que no hice por vergüenza, decoro y, sí, en este caso, puro disfrute del correr de las palabras. Pocas cosas disfruto má que el primer contacto con alguien, el primer conocimiento de coincidencias, encuentros intelectuales, gustos musicales, cambios de ideas, con una copa de vino en la mano, luz tenue, un roce accidental.
Mañana… no lo sé, y casi mejor que siga siendo así.
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