
No entiendo esa manía de meterse con los madrileños, por los atascos, por garrulos, por creídos, por chulos. Y son defectos que se pueden ver en todas partes. Coches tuneados en Fuenlabrada, pero también el Benidorm o Castedefells. Huraños en Extremadura, en los Pirineos o en Carbanchel. Lindas plazas en Altea, Chinchón o Granada, con sus gentes risueñas, alegres y amables con los turistas y sus cámaras de fotos. Ajetreo en el centro de Madrid, y en las playas de Sitches. Buenos restaurantes en la Cava, y en el casco antiguo de Donosti. Rafa me mira y asiente. Su padre era de Cuenca, su madre de Málaga; el padre de Jordi, de Barcelona, su madre de Madrid, chamberilera de a pro; mi padre, brasileño, mi madre, carabanchelera; así somos los madrileños, de adopción casi todos, casi como un acto de voluntad. Y el que no, tiene fácil excusa, con decir que su madre es italiana justifica el hecho de serlo él también, a pesar de sus ehques y sus pogques. Y San Isidro a la vuelta de la esquina. Mi abuelo decía que él era un Isidro, por las fiestas vino por las fiestas se quedó. Otro madrileño de a pro, siendo de la sierra, pero le daba igual, madrileño de toros y del Madrid, como mi padre, como mi hermano, no tanto por los toros, como por el Madrid.
Y como yo, cuestión de herencia, supongo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario